jueves, 10 de octubre de 2019

Objetos enlazados a Internet controlarán ambientes en el hogar

Objetos enlazados a Internet controlarán ambientes en el hogar

Este sistema objetual, que “brinda tecnologías modernas al alcance de cualquier consumidor y a diferentes niveles de intervención en el hogar”, fue desarrollado por el estudiante Luis Enrique Ñañez Cifuentes, de Diseño Industrial de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira. Su tesis está alineada a las directrices del nuevo siglo, máxime si se tiene en cuenta que para 2020 habrá en el mundo entre 26.000 millones y 30.000 millones de dispositivos inalámbricos conectados a Internet, según compañías de investigación en tecnologías de la información como Gartner y Abi Research.
El primer objeto desarrollado es un dispositivo que permite controlar el encendido o apagado de cualquier foco de luz eléctrica ubicado en su entorno, desde un celular con acceso a Internet.
El segundo es un aparato equipado con sensores de temperatura y humedad relativa que monitorean estas variables en tiempo real según las preferencias del consumidor. En ese sentido, el sistema diseñado activa o desactiva el aire acondicionado o el ventilador para mantener constantes las condiciones de temperatura deseadas por el usuario.
El último dispositivo es un terrario inteligente (recipiente en el que se trata de reproducir, de manera artificial, las condiciones de un hábitat específico) cuyo propósito es brindar un soporte vital a plantas crasuláceas –que sobreviven a condiciones escasas de agua–. Funciona a través del monitoreo permanente de la humedad de la tierra donde está la planta, para definir si necesita ser regada automáticamente. Su construcción es parte del concepto Internet de las Cosas (IoT), que responde a las tendencias actuales de interconectar digitalmente objetos cotidianos a Internet.
Según el autor francés Jean-Baptiste Waldner, se calcula que los seres humanos estamos rodeados por entre 1.000 y 5.000 objetos. La implementación de nuevas tecnologías de interacción como los objetos inteligentes empieza a ser entonces un espacio clave en la relación de las personas con sus viviendas. Por ello, el IoT busca establecer un hábitat que genere tranquilidad, seguridad y comodidad entre elementos e individuos.
Fundamentos del sistema objetual
Para construir el sistema objetual, además del IoT, el estudiante Ñañez tuvo en cuenta dos conceptos más: la “tendencia nesting”, que entiende “el calor del hogar como escudo protector que liberará al individuo del estrés de la vida moderna”; aquí la vivienda se considera como un lugar de paz y relajación para realizar las actividades favoritas de cada individuo. El otro es el “movimiento maker”, que promueve la idea de que todo el mundo es capaz de desarrollar cualquier tarea en vez de contratar a un especialista para realizarla.
Con este marco conceptual, sumado a un sondeo de los elementos que más solicitan los usuarios dentro de la tendencia nesting, se diseñaron los tres objetos pensados para que cualquier ciudadano del común sea capaz de construirlos por sí mismo.
Para integrar los tres dispositivos se utilizó una plataforma de control, “fundamental en el desarrollo de nuevas tecnologías y en la evolución de los objetos mediante fuentes de código abierto e instructivos para construir los objetos que buscan que las personas aprendan haciendo”, explicó el estudiante Ñañez. La plataforma escogida fue Thinger.io, que permite gestionar multitud de dispositivos a través de Internet, almacenar y visualizar información recibida desde sensores, enviar información o instrucciones a dispositivos e interactuar con otras aplicaciones o plataformas.
Así, con la información suministrada por los objetos inteligentes en la plataforma habilitada, el dispositivo es capaz de aprender las rutinas del usuario y realizar acciones predictivas sobre situaciones de uso. Por ejemplo, en la tarde encender automáticamente los focos de luz, y en la noche apagarlos. Esto mismo sucede con el objeto inteligente que controla el aire acondicionado. Cuando la plataforma detecte por GPS (Sistema de Posicionamiento Global) que el usuario está llegando a su hogar después de una jornada laboral o académica, activa la regulación de temperatura según las preferencias preestablecidas por el usuario.
En cuanto al cuidado de la planta, el mecanismo envía alertas al celular de cada usuario –vía mensajes de texto– para advertir que esta debe ser regada y así controlar su estado vital. Si a los tres mensajes la humedad de la tierra no cambia de manera positiva, el terrario inteligente la riega automáticamente desde un tanque adicional que posee el sistema. También cuenta con un panel solar que autoabastece su gasto energético e informa si las condiciones lumínicas que recibe la planta son las adecuadas para prolongar su vida.



Fuente: http://www.agenciadenoticias.unal.edu.co/

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Educación: clave para la independencia política en el país

Educación: clave para la independencia política en el país

El acceso a la educación por parte del conjunto de la población ha sido una de las aspiraciones centrales del proyecto republicano. En efecto, desde las primeras décadas del siglo XIX existió un vínculo estrecho entre la enseñanza pública y la consolidación de la independencia política. Fue así como, fundada la Antigua República de Colombia, se hizo un gran esfuerzo por difundir la escolaridad y transformar los contenidos de la enseñanza respecto de aquellos que habían sido dominantes en el período colonial.
A la vez, se concibió todo un sistema público de enseñanza –la llamada instrucción pública– que, como pocas veces, recibió sobre sus hombros las esperanzas y proyecciones políticas, económicas y culturales del país naciente. De acuerdo con un conjunto amplio de leyes y decretos que se promulgaron desde 1821, las escuelas de primeras letras tendrían entre sus funciones formar ciudadanos virtuosos que compartieran los nuevos valores políticos, los principios rectores de la moral católica y estuvieran dispuestos a tomar las armas, de ser necesario, para defender la república.
Por su parte, la educación secundaria, colegios y universidades, abrirían espacios nuevos para saberes científicos y técnicos capaces de reactivar la economía luego de la guerra.
El proyecto educativo se encargaría de difundir a lo largo y ancho del territorio las dos habilidades esenciales requeridas para poder ejercer plenamente la ciudadanía y el derecho al voto: leer y escribir. El plazo para instruir a la población era corto, la Constitución de Cúcuta (1821) previó exigir la alfabetización a todos los ciudadanos a partir de 1830. Poco después, la Constitución granadina de 1832 fijó un plazo de 18 años (1850) para requerirla como condición de una ciudadanía activa.
Como si esto fuera poco, el proyecto educativo propiciaría el conocimiento de los derechos y deberes del ciudadano. Para Santander, la instrucción pública era la base para “la felicidad de los pueblos que, cuando más ilustrados, conocen mejor sus derechos y se hacen más dignos de su libertad”. La meta fue ambiciosa; según la Ley del 6 de Agosto de 1821 debía fundarse una escuela primaria para niños por cada parroquia o por cada población mayor de cien habitantes. Adicionalmente, entre 1821 y 1828 se ordenó la creación de Escuelas Normales en Bogotá, Caracas y Quito, así como de universidades en las capitales de los departamentos.
Un cambio de esta envergadura no podía ser fácil ni mucho menos armónico. Provocó conflictos profundos con la Iglesia y con las comunidades religiosas que durante siglos habían mantenido el control del campo educativo y, sobre todo, trajo enormes dificultades de implementación. Por estar costeando una guerra, un Estado, en crisis financiera, no podía sacar del bolsillo a los maestros, las cartillas y los espacios que permitirían poner en marcha el proyecto educativo. Por esto, fue fundamental el rol de las comunidades locales al intentar financiar y poner en marcha el proyecto desde las provincias y las poblaciones.
Aprender más allá de los cuidados domésticos
Hasta mediados del siglo XVIII el término “educación” estuvo relacionado principalmente con el cuidado domestico de los niños. De ahí que se le asocie con tener “buena” o “mala” educación. Por otro lado, el concepto de “instrucción” se refería a la transmisión de información y valores necesarios para desempeñar correctamente sus responsabilidades. Por ejemplo, el capuchino Joaquín de Finestrad escribió El vasallo instruido (c.1783) luego de la Rebelión de los Comuneros, porque buscaba instruir perfectamente a los neogranadinos en el amor al Rey.
Poco antes había aparecido un cambio notable en la manera de percibir la instrucción del pueblo. El Conde de Campomanes, Ministro de Hacienda de Carlos III, publicó en 1775 el Discurso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento, en el que argumentó la necesidad de instruir en sus respectivas profesiones a los artesanos para que contribuyeran al progreso material. Este texto inspiró al Cabildo de Santafé a reformar los gremios locales.
Al final del periodo colonial las escuelas simultáneamente instruían –o impartían conocimientos rudimentarios como leer, escribir y hacer las operaciones matemáticas básicas– y educaban –o moldeaban las costumbres de los súbditos–.
Para el momento de la independencia, los sentidos de instrucción y educación eran casi sinónimos. Uno y otro designaron la intención de formar ciudadanos de la república. Pero, como señaló el pedagogo venezolano Simón Rodríguez, “Instruir no es educar. Ni la instrucción puede ser equivalente a la educación, aunque instruyendo se eduque” (1834).
La diferencia entre los términos en los diccionarios se consolidó al final del siglo XIX. La educación se entendió como la formación del desarrollo de las facultades físicas, espirituales, intelectuales y morales del individuo, mientras que la instrucción se redujo al proceso de la transmisión de información. No sorprende entonces que la Ley Orgánica de 1870 señalara: “La enseñanza en las escuelas no se limitará a la instrucción, sino que comprenderá el desarrollo de todas las facultades del alma, de los sentidos y de las fuerzas del cuerpo”.
La tarea de instruir en ciudadanía
En los primeros años del período republicano, los catecismos ciudadanos y la enseñanza de la constitución en las escuelas primarias fueron parte fundamental de la formación de los nuevos ciudadanos. El Catecismo o instrucción popular, publicado en 1814 por el cura Juan Fernández Sotomayor, se trataba de un texto realmente revolucionario. Tenía la tarea de instruir a jóvenes y niños –a través de preguntas y respuestas– sobre el derecho de los hombres nacidos en América a gobernarse a sí mismos. Para el cura era claro que la independencia se ganaba también con las palabras.
No sería el único texto semejante que aparecería en América por esa época. Los catecismos de instrucción cívica y política no tardaron en convertirse en vehículos para divulgar las ideas de las nuevas constituciones. Para la década de 1820, el Gobierno de la República de Colombia declaró que la enseñanza de la constitución debía hacerse a través de un catecismo político redactado específicamente “para el uso de las escuelas primarias”.
En sus páginas se daba respuesta a preguntas que aún hoy son pertinentes: ¿qué es la Constitución?, ¿Quiénes son ciudadanos? o ¿Tiene dueño esta república? También se debatía el alcance de las libertades individuales y el deber del Estado de protegerlas. La práctica de usar los catecismos para instruir continuó durante el siglo XIX. Junto con manuales de conducta, como el bien conocido Manual de urbanidad de Carreño, serían utilizados en las aulas para formar a las nuevas generaciones.
No sería una medida desinteresada. Los gobiernos de turno verían en la enseñanza primaria y en los catecismos ciudadanos una oportunidad para luchar y proteger sus proyectos políticos. Es difícil saber cómo circularon y qué tanto fueron leídos estos textos. Pero debemos advertir que en el siglo XIX las prácticas de lectura y de enseñanza (diferentes a las de hoy) permitieron a personas que no sabían leer o escribir acceder a los catecismos y aprender sus ideas.
Textos similares fueron leídos a viva voz, para ser repetidos o memorizados por estudiantes en las aulas de clase; otros fueron recitados por madres y padres a sus hijos e hijas en la privacidad del hogar. Independientemente de cómo se hayan leído y por dónde hayan circulado, los catecismos republicanos y los manuales de instrucción cívica lograron mantener viva la conexión entre educación y ciudadanía que tanto se promovió en las primeras décadas republicanas.

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